Las Cenicientas se casan con sapos

El novio de Cenicienta

A muchas niñas les tocó ser princesas en su infancia y a otras muchas cenicientas.  La suerte fue caprichosa y estuvo muy repartida. Quienes tuvieron la dicha de nacer en hogares con medios económicos y fueron deseadas, obtuvieron todos los cuidados de sus amorosos padres y demás  familiares, y crecieron pensando que el mundo les pertenecía. Todo lo que deseaban lo merecían por el hecho de ser. 

Esas princesas no tuvieron que ganarse el amor de sus padres ni luchar por hacerse hueco. Llevaban integrado en los genes el amor de forma gratuita e incondicional, y sus tronos de princesa les esperaban.  

 

Por contra, cuando esas condiciones materiales o emocionales no se dieron a raíz de su nacimiento, lo más probable es que a esas otras niñas les tocara ser cenicientas en mayor o menor grado.  Las cenicientas, al contrario que las princesas, debían de dar las gracias por todo, y en especial por el hecho de vivir.  Asimismo, debían hacer lo imposible por merecer el pan y la sal. 

Las princesas al hacerse adultas buscaron y encontraron príncipes encantadores con quienes construir un reinado y dar origen a nuevas princesas. 

 

¿Qué ocurrió con las cenicientas? Pues que buscaron también a un príncipe. Esa era la finalidad tanto de princesas como de cenicientas. Ahora bien, ¿lo encontraron?, ¡pues no!, nada de eso, a fin de cuentas, ellas eran cenicientas y, como tales, tenían la autoestima muy baja tras haber fregado muchos suelos, por lo tanto, el novio que les correspondía debía estar en consonancia, y no podía ser más que un sapo; un sapo al que por mucho que besaran, nunca transformarían en príncipe. 

 

Con semejante compañía, en lugar de construir un reinado, a las cenicientas no les esperaba otro destino que esconderse en chabolas donde perpetuar su papel de cenicientas, de pordioseras del amor, y de esclavas, y posteriormente dar a luz a nuevas cenicientas.

 

El hada madrina del cuento no hizo su aparición para rescatar a las cenicientas de su destino. No hubo ni habrá vestidos bonitos, ni carroza, ni lacayos.  

De modo, que cenicientas del mundo, abramos los ojos y despojémonos de nuestras viejas vestiduras, de la fregona, y de todo aquello que nos esclaviza, querámonos a nosotras mismas como querríamos que nos quisieran, y seamos nuestra propia hada madrina. Sólo de esa forma romperemos el maldito sortilegio, y obtendremos la entidad que nos corresponde. 

Cristina Martínez Martín

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