Cuando un hombre no respeta a una mujer

Violencias machistas, implícitas y explícitas

San Fermín

Harta del monotema que en los últimos meses ha monopolizado, valga la redundancia, los espacios informativos, he pasado algún tiempo sin ver las noticias televisadas, dándole la espalda a temas de rabiosa actualidad, sobre todo aquellos que a la política se refieren. 

Recientemente, cayó en mis manos un diario, que abrí sin más pretensión que la de echar un vistazo a los titulares, sin indagar demasiado en su contenido. Pero mientras lo hojeaba, un artículo llamó mi atención. Era acerca de la sentencia del juicio a la manada, un caso muy sonado, el de la chica violada en los Sanfermines del 2016 por cinco energúmenos —ellos mismos se autodenominan la manada, por algo será—. Decidí leerlo, y no contenta con eso, ya que el tema captó por completo mi interés, busqué otros artículos relacionados con lo mismo. Me quedé impresionada, y todavía lo estoy, por lo que conlleva de encubierto este suceso, lo que implica, lo que demuestra. En esta sociedad nuestra, que tan liberal, progresista y abierta se considera, aún se cuestiona si una víctima de violación es inocente o culpable. Horrorizada me hallo. Al parecer, el hecho de que ella estableciese contacto previo con los chicos, bromeara con ellos, incluso que besara a uno, tal y como reconoció en el juicio, pone en duda su integridad. Por lo visto, el hecho de no estar abatida en el estrado, el hecho de atreverse a denunciar, defenderse, y gritar a los cuatro vientos que esos chicos la forzaron en contra de su voluntad, pone en entredicho su condición de víctima. Es increíble que todavía se tenga en cuenta el tipo de vida que lleva una mujer, por el mero hecho de serlo, para considerar más o menos grave la vejación a la que ha sido sometida. Como si pertenecer a este género nos convirtiese en objetos frágiles, a la par que peligrosos, y a la vez inanimados, sin voz ni voto.

Yo no entiendo de leyes, pero sí de sentimientos. Desde mi punto de vista —y quiero pensar que el de mucha gente más—, una violación es un acto infame, se cometa contra quien se cometa, haya sido llevada a cabo con mayor o menor violencia o forcejeo. Obligar a alguien a realizar actos sexuales que no desea es violación, o como mínimo abuso. Me da igual el tipo de ropa que llevara la muchacha, es algo irrelevante. Como si se hubiese paseado por la calle con los pechos al aire, también me daría igual. ¿Acaso eso le da derecho a alguien a violentarla y ultrajarla? ¿Dónde quedan la ética y el respeto? NO es NO. Es más, si no hay un consentimiento explícito de que alguien desea mantener relaciones sexuales contigo, todo lo que le hagas será en contra de su voluntad, ¿no? ¿Tan difícil resultar esto de entender? Pues yo lo veo muy claro, y no soy ninguna sabia.

En referencia a este caso, y a otros anteriores similares, he oído comentarios como: «Es que hay algunas que van por ahí provocando»; «esa tía sube unas fotos al Facebook que… en fin… se nota que le va la marcha»; «ella se lo ha buscado»; «es que van con esos escotes, con esas minifalditas… y luego pasa lo que tiene que pasar». Como mujer que soy, me duele decir que no siempre son varones los que proclaman semejantes barbaridades. Doy fe. Eso es machismo en su más pura esencia. Y en esta sociedad se sigue ejerciendo. Lo ejercen jóvenes y no tan jóvenes. Lo ejercen personas con escasa formación y otras de elevado nivel cultural —periodistas, abogados, jueces…—. Y lo que es peor: Lo ejercen no solo hombres. También mujeres. Y me pregunto, con tristeza, si de verdad estamos en el siglo XXI o seguimos en la Edad Media.

De hecho, me hago infinitas preguntas: ¿Cómo estamos educando a nuestros hijos? ¿Cómo es posible que estos cinco jóvenes llamen diversión al hecho de llevar a cabo actos sexuales con una joven de dieciocho años sin tener su consentimiento explícito? ¿Cómo puede ser que en el barrio de estos muchachos comenten que son chavales normales, que tienen sus cosas, como todos, pero que son chavales normales? Hablan del caso como quitándole importancia, como si no fuera para tanto. Cosas de la edad, se estaban divirtiendo. ¿Ella también? Dicen que no hubo un «NO» pronunciado en voz alta, que ella consintió y participó. Cuando lo que demuestran las imágenes de los vídeos analizados es que la chica, en efecto, no opuso resistencia, pero eso no implica que estuviese de acuerdo, sino que sabía que oponer resistencia no haría más que alargar su tortura. Su expresión es la de alguien que desea que todo termine cuanto antes, la de alguien que desea huir, aunque sea con el pensamiento, porque con el cuerpo no puede. ¿Cómo una muchacha va a escapar de cinco machos en celo que la sujetan y retienen en contra de su voluntad, en un espacio tan reducido? ¿Dónde están el insinuado placer y la supuesta diversión, en un acto tan vil? Ella estaba totalmente en desventaja, en cuanto a fuerza física y en cuanto al hecho evidente de que eran cinco contra una.

Soy madre de un joven de 20 años. Y es mi propio hijo, precisamente, el que a menudo me hace ver que hoy en día siguen habiendo numerosos comportamientos que deberían ser rechazados y, sin embargo, se consideran aceptados, normalizados, sin que nadie se cuestione por qué. De hecho, él se refiere a esta sociedad añadiéndole los apelativos de machista, capitalista y heteropatriarcal. Siempre pensé que exageraba. Pero esta noticia me ha hecho comprender que tiene gran parte de razón, al pensar así. Me ha obligado a replantearme muchas cosas. No estamos hablando de algo que haya sucedido en un país lejano, de costumbres retrógradas, en el erróneamente denominado tercer mundo —¿por qué tercero? ¿Dónde está el segundo? Tenemos un solo planeta, llamado Tierra, para bien o para mal, y es este cuya destrucción nos estamos ganando a pulso, con tanta prepotencia, nosotros, los terrícolas—. No. Estamos hablando de algo que ocurrió en España, hace apenas un año, durante la celebración de una festividad. Lamento tener que decir que si yo fuese la madre de uno de los acusados me cuestionaría en qué he fallado. Es más, se me caería la cara de vergüenza. Se me cae solo de pensar que pertenezco al género humano. Porque un animal jamás haría algo así. Como si no tuviésemos bastante lacra con la violencia de género, algo que parece que nunca va a acabar, encima ocurren actos tan lamentables como este en el que, por suerte, la chica fue valiente y denunció. ¿Pero cuántos casos similares se habrán desvanecido en el silencio de la noche?

Veintidós años de cárcel, creo que pedía la jueza para cada uno de los cinco integrantes de la manada. Ojalá se cumpla la sentencia. Y ojalá esta condena les sirva, de verdad, para recapacitar, reflexionar y entender. Veintidós largos años para comprender que las mujeres somos personas, y que tenemos los mismos derechos que los hombres. No somos trozos de carne. No somos marionetas expuestas a todo aquel al que le plazca ejercer sobre nosotras la fuerza y la violencia. Ya va siendo hora de que se asuma y se sepa.

Espero que la igualdad y el respeto entre los géneros sea un hecho real algún día. Y que ese día no esté lejano.

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Mar Montilla

Escritora y Psicóloga       

http://uncuardernoenlaescalera.blogspot.com.es/