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lunes, 29 de abril de 2024 20:46h.

Un autobús con un claro mensaje tránsfobo

LGTBIfobia sobre cuatro ruedas

Vergüenza ajena fue lo primero que sentí al enterarme de la noticia; indignación y rabia lo segundo. 

«Los niños tienen pene, las niñas tienen vulva. Que no te engañen. Si naces hombre, eres hombre. Si eres mujer, seguirás siéndolo», se paseaba por Madrid, y pretendía recorrer varias comunidades de este bendito país nuestro que cada día me sorprende más. 

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¿O debería decir que cada día me sorprende menos? En cuanto llegué a casa se lo conté a mi hijo, que montó en cólera y alertó a sus amigos, para promover actos de protesta.

Al parecer no avanzamos en el tiempo, retrocedemos. Yo creía que hoy en día cualquier individuo inteligente y con un nivel cultural mínimo sabía que está científicamente demostrado que hay personas que nacen con un sexo anatómico que no se corresponde con su identidad de género, de hecho en España fue muy sonado cuando Bibiana Fernández  —por aquel entonces Bibí Ándersen— explicó su historia en la tele. Sí, soy tan veterana que me acuerdo de aquel momento histórico. Recuerdo lo guapa que me resultó, con su abundante melena morena y rizada, aquellos labios rojos tan llamativos y su labia inigualable, que tanto la sigue caracterizando. Mi madre, escandalizada, se levantó del sofá y se fue a la cama. Mi padre, escandalizado o no, permanecía con los ojos fijos en la pantalla, subyugado por la belleza de aquella increíble mujer que confesaba ante millones de espectadores que había nacido hombre. Durante algún tiempo, Bibiana jugó con la ambigüedad que intrigaba a todo el mundo, pues no le confesó a nadie si estaba operada o no, y en nuestro país la cirugía de reasignación de sexo fue ilegal hasta 1983.

 

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En cualquier caso, estoy hablando de algo que sucedió hace más de treinta años. Que a un país recién salido de una dictadura le cueste abrir la mente resulta más o menos comprensible. ¿Pero no hemos avanzado nada en todo este tiempo? La sociedad actual sigue presionando y reprimiendo todo aquello que no considera normal. El número de chicos y chicas que sufre bullying —acoso escolar— por ser diferente en algún aspecto crece a diario, y tanto la orientación sexual como la identidad de género siguen ocupando los primeros puestos de las diferencias más repudiadas. ¿Pero qué es lo normal? ¿Qué es lo adecuado? ¿Quién decide qué está bien y qué está mal?

En mi opinión, el culpable de la LGTBIfobia —y el de la xenofobia, el racismo, la islamofobia…— es el temor a lo desconocido. Estoy segura, casi al cien por cien, de que los propios LGTBIfóbicos —tómese como ejemplo la organización «Hazte Oír»— ni siquiera conocen el significado de tan rebuscada palabra. ¿Qué es la LGTBIfobia? Es el miedo o rechazo hacia lesbianas, gays, transexuales, bisexuales e intersexuales.

 

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Juzgamos. Es algo inherente al ser humano. Juzgamos demasiado a la ligera, sin detenernos a reflexionar acerca del daño que podemos ocasionar. Condenamos aquello que consideramos raro, difícil de clasificar, en lugar de mantenernos receptivos a la posibilidad de estar equivocados. Es más, juzgamos a todo aquel que actúa de un modo distinto a como lo haríamos nosotros en la misma situación, o eso creemos, ya que cuando sentenciamos con tanta facilidad es porque no sabemos ponernos en la piel del otro. Vemos la paja solo en el ojo ajeno. Tal vez si nos hubieran educado con la mente abierta, hubiéramos crecido sin prejuicios y seríamos adultos tolerantes. Tal vez si educáramos a nuestros hijos con la mente abierta, crecerían sin prejuicios y se convertirían en adultos tolerantes, rompiendo asimismo una cadena que nos oprime y condena al odio transmitido de generación en generación. Tener la mente abierta implica, por cierto, respetar incluso a pesar de no entender o no estar de acuerdo con algo.

Las asociaciones como «Hazte Oír» pueden provocar un impacto psicológico muy dañino, no solo en las personas trans, sino en aquellos sectores de la sociedad que por determinadas creencias o avanzada edad no están suficientemente informados. Estos eslóganes no hacen más que contribuir a aumentar la confusión y el malestar.

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No me considero ninguna experta en la materia, solo soy un ser humano con la suficiente sensibilidad para comprender que hay hechos inaceptables. He visto imágenes en los medios de algunos miembros de «Hazte Oír» defendiendo la libertad de expresión, pero creo que olvidan que la libertad de uno termina cuando empieza la de otro. Estoy a favor de la libertad de expresión siempre y cuando no sea ofensiva para nadie. Su mensaje es insultante. Y aunque no puede causar efecto alguno en criaturas con la autoestima fuerte, que cuentan con el respaldo de su entorno y/o parentela, sí puede contribuir a confundir aún más a esas niñas nacidas con pene y niños nacidos con vulva que tienen problemas de aceptación en el seno de sus propias familias, siendo arrinconados y marginados. Su lema invita a los muchachos y muchachas trans a la represión, a la vergüenza. Y alimenta las dudas de esos padres recalcitrantes. Todo niño necesita el amor de su familia. Pero si se trata de un niño triste, turbado y desorientado, sea por el motivo que sea, con más razón precisará apoyo incondicional, y no rechazo.

En fin, el tema es tan controvertido como apasionante, y da para llenar cientos de páginas, pero creo que por hoy es suficiente. Espero no haber ofendido a nadie con estas explicaciones, basadas sobre todo en mi opinión personal. Si es así pido disculpas. Si, por el contrario, mis palabras han contribuido a aportar algo de luz en medio de tanta oscuridad, me doy por satisfecha. Ese era mi objetivo.

La revista no se hace responsable de la opinión de sus autores.

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Mar Montilla

Escritora y Psicóloga         

http://uncuardernoenlaescalera.blogspot.com.es/