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viernes, 19 de abril de 2024 13:14h.

ADAPTARSE AL SIGLO XXI

Nuevas tecnologías, nuevas amenazas (Leer más)

La humanidad ha evolucionado en los últimos años; mejor dicho, la tecnología ha progresado facilitando nuestro día a día. ¿O nos crea complicaciones? 

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Vivimos en la era de las redes sociales, de Youtube y las aplicaciones. Nuestra atención se desvía, no pasamos ni un segundo desconectados de las noticias. Cuando caminamos por la calle, con el teléfono móvil en el bolsillo, estamos transportando un ordenador de alta capacidad con nosotros, que nos acompaña allá donde vayamos. Tenemos al alcance de nuestro dedo noticias, conversaciones, ofertas de empleo, comida a domicilio; calculadora, llamadas, despertador, diccionario, traductor, cámara de fotos... ¿Nos alimentará el móvil próximamente? ¿Saldrá agua del altavoz o nos contará un cuento para conciliar el sueño?

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La dependencia que tenemos a estos aparatos es preocupante. La mayor parte de la población no es consciente de la adicción que sufre a causa de su celular. La nomofobia es un hecho que debemos combatir, empezando por reconocer el problema que tenemos. Puede parecer inocente e incluso responsable responder a todos los mensajes que nos llegan a través de una aplicación; sin embargo, al hacerlo, estamos potenciando nuestra dependencia, enviándole mensajes a nuestro sistema de recompensa, que tanto se nutre de mensajes y likes.

Los niveles de ansiedad están subiendo como la temperatura en primavera, a razón de la infinidad de conversaciones que iluminan nuestra pantalla del móvil.

Vivimos permanentemente pensando quién nos hablará, lo populares que somos en Facebook, los seguidores que tenemos en Instagram o los likes que ha recibido nuestro último vídeo que hemos subido a Youtube.

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El gran problema, es que las generaciones que vienen detrás están al tanto de las nuevas tecnologías, ¡y tanto que lo están! Han nacido con un smartphone debajo del brazo. Resulta llamativo observar a niños de tres años manejar una tablet o un teléfono, utilizando el dispositivo para el ocio. Los niños de hace veinte años interactuaban con sus semejantes, salían a la calle a jugar; hoy, muchos de ellos prefieren quedarse en el salón de casa con el móvil en la mano -ya ni siquiera la videoconsola, pues con el teléfono puedes hasta competir jugando contra gente de todo el mundo-. La tecnología amenaza con el ostracismo. Esto puedo apreciarse incluso en las reuniones sociales de familiares y amigos. ¿Cuántas veces hemos visto a un grupo de amigos reunido utilizando el teléfono móvil? Es una imagen que crece y se reproduce a velocidad de vértigo. Estamos inmersos en un mundo ficticio creado por bits, memoria RAM y memoria interna; ¿en qué lugar ha quedado nuestra memoria episódica?

Rememorando aquellas tardes en la plaza del pueblo, rodeado de compañeros de clase que te perseguían para ganar un juego; donde practicábamos deportes al aire libre, no "deportes electrónicos"; tirando una peonza o ganando una partida de tazos, con la barriga llena todavía por la masiva ingestión de patatas de bolsa. Eran otros tiempos, una época que, casi por decreto, los niños de 2018 no van a conocer. Por supuesto que tienen a su alcance aquellos juegos, pero ¿quién hoy en día va a escoger una peonza cuando puede combatir contra cien mil rivales en cualquiera de los videojuegos de moda; y además, si destaca, puede convertir su pasión en una profesión?

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He aquí una de las mayores amenazas que he podido percibir en cuanto a vocación laboral se refiere. Los ídolos de muchos niños son Youtubers, personas que viven de una página web donde cuelgan a diario sus videos y reciben miles y miles de visitas; los pequeños, obviamente, enriquecen a estos trabajadores reproduciendo su contenido. En esta página web, hay de todo, desde tutoriales musicales a directos de videojuegos, pasando por highlights de los últimos partidos de baloncesto hasta insectos cazando a cámara lenta. Ahora bien, el sueño de algunos adolescentes es ser uno de ellos, vivir de Youtube. ¿Es posible? Desde luego, pero no hoy ni mañana, y quién sabe si algún día. La verdadera amenaza reside en centrar todos los esfuerzos en este cometido, evadiendo las responsabilidades académicas en el instituto, lo que puede conducir al fracaso escolar. En un escenario catastrofista pero probable, los alumnos que ansían vivir de internet pueden abandonar las asignaturas del instituto y aventurarse en el complejo mundo de la red, que a tantos jóvenes atrapa; el porvenir ahí es incierto e inestable. Antes soñaban con ser futbolistas o astronautas, ahora muchos ansían la fama y el dinero inmediato a través de páginas webs. Lo mismo sucede con los videojuegos.

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Cuando comenzaron, era un mero entretenimiento, que si bien generaba cierta adicción, no creaba expectativas económicas. Los tiempos han cambiado, ahora los mejores jugadores de los e-sports de moda tienen nómina, recibiendo los más hábiles sumas de dinero que ni el mejor enfermero, médico o psicólogo está en disposición de ganar. En ellos ponen los ojos miles de niños, que llenos de tedio, instalan un juego de móvil con la esperanza de convertirse en el mejor del mundo, para así matar dos pájaros de un tiro y cubrir el vacío que les deja la falta de vocación.

Debemos ser cautelosos y hacer un uso responsable de los medios telemáticos que tenemos a nuestro alcance. Son una gran ventaja si se utilizan debidamente. De igual modo, no podemos descuidar las relaciones sociales, pues el ser humano desde tiempos inmemoriales ha vivido y vive actualmente en sociedad; los grupos de Whatsapp y las partidas en línea de videojuegos, no deben ser la única manera de establecer contacto con el prójimo.

 

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Héctor Martínez González